miércoles, 16 de febrero de 2011

Para meditar: en noviembre del 2009 Felipe Berríos escribía algo como lo siguiente…


No olvidaré los horripilantes relatos que les oí a niños que quedaron mutilados en la guerra civil nicaragüense. Niños sobrevivientes me contaron con inocente naturalidad como, a menudo, soldados de ambos bandos les arrojaban golosinas en diversas direcciones. Ellos, hambrientos, corrían tras ellas y en su loca carrera hacían explotar las minas antipersonales y así, a costa de la vida de niños o sus mutilaciones, los soldados despejaban el camino.

En Chile, gracias a Dios, no tenemos ese tipo de beligerancia. Pero sí llevamos años en una verdadera guerra contra la pobreza. El subdesarrollo en sí no se asimila a un conflicto armado, pero sus consecuencias no son menos crueles al daño que produce una guerra. Gracias al sacrificio de muchos chilenos que han mitigado intereses personales o gremiales en busca del bien común, hemos tenido logros en la contienda contra la pobreza.

Pero, como sociedad, lo que hemos vivido con el paro del Colegio de profesores, es un retroceso tremendo en la guerra contra la pobreza. Es la cuarta vez en un año que los docentes paran sus actividades perjudicando con ello a los niños más pobres del país. Más allá de si las reivindicaciones del profesorado son justas, nada justifica que se use como carne de cañón a los niños para lograr sus propósitos. Seguro que habría sido diferente la actitud de todos, del Ministerio de Educación, de los parlamentarios y de los profesores, si éstos, en pos de sus aspiraciones, con sus presiones sociales, estuvieran dañando también la educación de los niños de las familias más pudientes del país… Pero como se desquitan sólo con los estudiantes más pobres, el conflicto se dilata.

Los apoderados más humildes que palpan a diario la mediocre enseñanza escolar de sus hijos ven con angustia, por un problema ajeno, que a causa del paro, ni siquiera esa pobre educación recibirán sus pupilos. Agrava el problema que los padres, por la ausencia de clases, no tienen con quien dejar a los hijos para ir al trabajo.

Siempre son los niños más pobres los perjudicados. Por eso que la Corporación Nacional de Dirigentes de Campamentos, llamada “También Somos Chilenos”, a propósito del último paro presentó un recurso de protección contra el Colegio de profesores y a favor de sus hijos, aduciendo la igualdad ante la ley para el acceso a la educación. Es probable que este recurso no prospere, pero es una forma de desahogar la angustia que les produce que, cobardemente, dañen a sus hijos como una moneda de cambio para las negociaciones del gremio. De seguro que al final se despejará el camino del conflicto, se abrazarán, habrá declaraciones rimbombantes sobre la dignidad del profesor y promesas que las clases se recuperarán.

Pero todos sabemos que no será así. Esos niños quedarán con su futuro mutilado y sus padres rumiando la impotencia de ser una vez más castigados en sus hijos sólo por ser pobres.

Los dirigentes de los profesores y los colegas que los han elegido no perciben que la verdadera “deuda histórica” del magisterio, aunque se presenta como una cuestión económica, es más que eso: es su creciente y acumulativa pérdida de autoridad.

Agravan su ya deteriorada autoridad quienes, teniendo vocación pedagógica, usan a los niños más vulnerables como carne de cañón para “ganar” batallas.

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