miércoles, 16 de febrero de 2011

En Junio 2010 Juan José Alfaro escribió algo como lo siguiente

Felipe Berríos encarna ese paradigma que envuelve a nuestra sociedad, no es un predicador en el desierto, sino en las conciencias de los que más tienen. Berríos supo transformar la palabra de Dios en hechos, no le bastó con ocupar el púlpito como un “cura Gatica” más, sino que se embarró en la pobreza y vivió la cruz de una sociedad que aún carga con las injusticias del subdesarrollo. 

Berríos es un cura mediático, supo sacar partido de todos los medios sociales, fue inteligente en crear vínculos con los más poderosos y afectos con los más necesitados, el ex capellán de Un techo para Chile fue el emblema de una necesidad, le puso techo a la desesperanza y construyó hogares donde antes había indiferencia. 

El estilo provocador del cura Berríos ha sido su sello distintivo, habitué columnista de distintos medios siempre supo marcar pauta en sus entregas, la herida abierta de una sociedad segregada le preocupaba, pero además le ocupaba profundamente, he ahí la gran diferencia con otros próceres de nuestro clero que apelan al discurso diagnóstico, pero sus actos y vidas personales poco concuerdan con las misiones que Jesús les encomendó como su legado. 

Con cierto grado de frecuencia se involucraba en polémicas, más bien en razones fundadas que defendía con pasión, frente a la mirada escéptica de un grupúsculo de críticos que veían con incomodidad a un cura que traspasaba el límite de sus obligaciones ceremoniales. 

Un Techo para Chile fue su obra más visible, una iniciativa que buscó erradicar los campamentos de nuestro país, en ella puso su corazón y talento, siendo capaz de construir un puente entre distintos actores sociales de nuestro país, supo encantar a los más jóvenes e involucrarlos en la construcción de mediaguas, puso de moda a la conciencia social, hasta transformarla en un mandato irrenunciable para todo ciudadano de nuestro país. 

Una de sus columnas más recordadas fue aquella en que acuñó la expresión “cota mil” para referirse a esas universidades emplazadas en la precordillera que parecen ser postales de otro país, entregando a su juicio profesionales incapaces de ver la realidad bajo esa cota social. La polémica fue casi instantánea, todos defendieron con mejores o menores argumentos su posición, si bien la vida nunca es en blanco y negro, Berríos fue hábil al poner una cuña entre ser profesional y la misión que involucra dicho privilegio. 

El Cura Berríos hace casi un año que venia anunciando su partida, quizás se hastió de una sociedad que se mira al espejo con recurrencia, ahora partirá a Burundi a emprender nuevos desafíos, a mi juicio en una decisión errada, ya que las únicas batallas que valen la pena son aquellas que rinden frutos sin usar ninguna bala, y Berríos fue un “guerrillero” a tiempo completo, con un ejército de verdades que nadie puede combatir. 

Le deseo el mayor de los éxitos al jesuita Felipe Berríos en su nueva misión sacerdotal, no tengo dudas que su legado será fecundo y trascenderá más que las diatribas de un cruce epistolar, porque al final de cuentas, más que hablar, lo que perdura es actuar. 

¿Cuál es su punto de vista sobre lo dicho en este artículo? Escríbanos y publicaremos su opinión. 

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