miércoles, 12 de octubre de 2011

Tradición Medio Ambiente Cultura Desarrollo Sustentable

El pueblo mapuche, gente de la tierra, pueblo originario que habita el territorio sur de sudamérica lo integran todas las etnias que hablan o hablaban la lengua mapuche o mapudungun.

En el siglo XVI habitaban entre el río Itata valle del Aconcagua y el río Toltén y, de ellos, los llamados picunches por los historiadores, se hallaban parcialmente influenciados por el imperio inca y, quienes vivían en el territorio al sur del río Biobío eran totalmente independientes.

Entre los siglos XVII y XIX, los mapuches se expandieron al este de los Andes, de forma violenta en unos casos y pacífica en otros, en un proceso que significó la aculturación de los tehuelches y otros grupos de cazadores nómadas.

A fines del siglo XIX los estados chileno y argentino ocuparon los territorios habitados por mapuches autónomos mediante operaciones militares llamadas “Conquista del Desierto” y “Pacificación de la Araucanía”.

Y, en los siglos XX y XXI, han vivido un proceso de asimilación a las culturas autoritarias en ambos países y existen fuertes manifestaciones de resistencia cultural y conflictos por el reconocimiento de derechos y la recuperación de autonomía.

La economía de caza y horticultura, propia de los nómades del siglo XVI, dio paso a una agrícola y ganadera en los siglos XVIII y XIX para convertirse en campesinos luego de la radicación forzosa en terrenos asignados por los gobiernos de Chile y Argentina, que con el paso del tiempo, ha conducido a una gran subdivisión de la propiedad y la migración hacia las ciudades de las generaciones más jóvenes, de modo que la población mapuche actual es mayoritariamente urbana aunque vinculada a sus comunidades de origen.

Los mapuches enfrentan discriminación racial y social en sus relaciones con el resto de la sociedad y según estadísticas censales, un número significativo vive en la pobreza.

Su población actual supera el millón de personas que hablan mapudungun y castellano, sus etnias relacionadas son picunches, huilliches, tehuelches, cuncos, pehuenche, argentinos, chilenos que profesan religión cristiana y  religión mapuche.

Si bien la idea de un ser supremo es consecuencia de la influencia cristiana, todavía hoy se celebran entre ellos maravillosas fiestas que respetan sus antiguas creencias, las más famosas de las cuales es el "NGUILLATUN", donde se dirigen plegarias a "NGUENECHEN", "dueño de la gente". 

En su desarrollo realizan varios ritos entre los que sobresale la danza llamada Loncomeo, una de cuyas figuras es el Choique Purrún, en la que los bailarines imitan los movimientos del treile, siendo fundamental la intervención de la "machi", "shaman" o "médica".

El clima inhóspito y la lucha para sobrevivir en una tierra cubierta durante meses por la nieve, le dan a su música un carácter acongojado donde la pasión es cruel y desesperanzada, sin embargo, esta pasión no puede expresarse ni siquiera a través del llanto o del amor. De allí la hermosa sencillez de sus instrumentos musicales y su vehemente cántico, queja y angustia.

Por su parte, la fina platería mapuche responde a sus valores históricos y culturales amalgamados y mezclados en el tiempo y, gracias a ello, su artesanía es un inagotable motivo de representación de una cultura originaria que lucha y continúa luchando para preservar sus tradiciones y raíces. 

El pueblo aymara, aimará o aimara, también llamado collas si bien no hay correspondencia biunívoca entre ambos, es un pueblo originario que desde tiempos precolombinos habita la meseta andina del Lago Titicaca, extendiéndose su población entre el occidente de Bolivia, el sur de Perú, el norte de Chile y el norte de Argentina.

Las etnias ancestrales que lo formaron fueron las aullaga, ayaviri, cana, canchis, carangas, charcas, chicha, larilari, lupacas, umasuyus, pacaje, pacasa, guillaca y, a todos ellos se les ha atribuido una identidad única llamada qullasuyu o collasuyo que integró una parte del imperio inca.

En tierras de clima semidesértico la mayoría de ellos dependen de la agricultura, la cría de animales, la pesca; y su alimentación papas, quinua, harina de maíz, charqui y carne de camélidos entre otros.

Para el pueblo aymara fue muy difícil guardar memoria de su pasado, estigmatizado como inexperto por la ideología colonialista.

La memoria, el conocimiento fue desvalorizado como superstición, materia prima para la hechicería y por ello objeto de exterminio y, todo grito de libertad se acallaba en beneficio de la colonización.

¿Cuál es el peso de un pasado del que no se guarda memoria? O dicho de otro modo ¿qué peso puede tener la memoria oral indígena frente a la memoria escrita?

Durante el colonialismo español, al menos en sus años iniciales, la política de aculturación de la élite indígena da como resultado un ansia evidente de la nación vernácula por dejar testimonio escrito de su pasado, entre ellos Garcilaso de la Vega y Felipe Guaman Poma de Ayala; sin embargo, el fulgor de luz se apaga prontamente y el pueblo originario tendrá solo noticias referenciales en el siglo XX

El surgimiento de la historiografía aymara fue parte del proceso y sus aportes hechos tanto en forma individual como colectiva, estuvieron orientados por el fin de escribir la historia de resistencia y lucha contra el colonialismo. Pero, el interés no era meramente historiográfico, sino de carácter teórico, por cuanto su comprensión beneficiaba al conocimiento y a la mención de una acción política que apunta a la descolonización. 

Hoy, la población bordea los dos millones de personas, su idioma es el aimar aru y el castellano, su religión el catolicismo y las creencias tradicionales andinas y, etnias relacionadas son jaqaru y kawki  

En la tradición rapanui, las versiones sobre su origen, si bien referidas a una raíz polinésica, exponen contradicciones causadas por los impactos provocados sobre la cultura isleña, incluida la pérdida de los antiguos sabios. Entre las confusiones se cuenta el tema de dos grupos, conocidos como “orejas largas” (hanau e’epe) y “orejas cortas” (hanau momoko), tema que se confunde con la llegada de dos migraciones de pueblos diferentes.

Entre las distintas versiones de la tradición, existe un documento magnífico, recuperado por Thomas Barthel en 1956, y publicado en su libro sobre "The Eighth Land" (1978).

El manuscrito de comienzos del siglo XX, probablemente escrito por Gabriel Hereveri, narra el tema de Hotu Matu'a con gran precisión y cantidad de detalles. La tradición “Pua Ara Hoa” comienza con la genealogía de Hotu A Matu’a (Hotu, hijo de Matu’a) y su posición como décimo “Ariki motongi”. 

Luego explica los sucesos que motivaron la partida desde la tierra ancestral, en Hiva; los antiguos sabios (maori) pronosticaron que vendría un tiempo en que se hundiría la tierra, lo que comenzó a ocurrir en tiempos del cuarto ariki. La subida de las aguas causó muchas muertes, y en las sucesivas generaciones se construyeron canoas para escapar de la isla.

En Hiva, aún en tiempos del Ariki Matu’a, líder religioso de los Hanau momoko, sus vecinos Hanau e’epe usurpan parte del territorio, debido a la subida de las aguas que mató a muchos de ellos; los usurpadores fueron dominados y finalmente trasladados como prisioneros a la nueva tierra. Llegados a la isla, el Ariki Hotu A Matu’a los instala en el sector de Poike, y les asigna su propio jefe.

En ningún momento se hace referencia a orejas largas o cortas. Y, la evidencia llevan a pensar que, cualesquiera que fueran los episodios de colonización de la isla, incluyendo el tema de Hotu Matu’a como un evento histórico tardío convertido en mito, se trató de contactos polinésicos. De hecho, la tradición hace referencia a más de un viaje de colonización, algo que se acerca más a la convicción científica y al sentido común.

En este contexto, las construcciones monumentales dedicadas al culto al ancestro fundador de cada linaje constituía la evidencia visible del nexo genealógico con un territorio. Al mismo tiempo, legitima el dominio sobre los territorios y hace referencia permanente al mana de los ancestros encarnados en cada imagen (moai), que eran el rostro vivo (aringa ora) de algún antepasado ya identificado.

Dadas las características del desarrollo cultural rapanui, el sostén básico es ideológico, pero no de la religión en término tradicional, sino de una vivencia directa del mundo de los espíritus en el hilo de la cultura polinésica.

El poder sagrado de los Ariki, en la cima de la escala social, estaba determinado por una genealogía que los conectaba con un ancestro divinizado. Entonces, toda la sociedad se organizaba a partir de ese orden social e ideológico.

Como sea, para entender el fenómeno rapanui se debe considerar la importancia que adquiere esa otra dimensión, a través de un concepto fundamental: el poder espiritual, el mana, y el hecho que todos los seres sobrenaturales tienen un origen terrenal y humano.

El mana se puede heredar por derecho propio, como es el caso de los Ariki, o demostrar a través de alguna capacidad especial, como la de un buen pescador. Se puede transmitir a personas o cosas, en sentido positivo o negativo. 

También se puede encontrar en elementos de la naturaleza, especialmente en la cabeza, pero su potencia se puede preservar en los huesos. Esto explica la utilización de cráneos humanos, a veces grabados con diseños incisos sobre la frente, para aumentar la fertilidad de las gallinas, puestos en el interior de los hare moa (gallineros). La tradición del origen de los anzuelos confeccionados con huesos humanos descansa en el uso de huesos de un pescador que demostró su gran capacidad en vida.

Los moai eran movidos gracias al mana (como expresión de un orden social, político y religioso que actuaba con mayor poder coercitivo que cualquier otra fuerza terrenal), eran consagrados a fin de proyectar ese poder a través de la mirada y, finalmente, fueron destruidos para eliminar esa conexión sagrada entre una tribu y su territorio ancestral.

Directamente asociado al mana, expresión del poder sobrenatural, aparece el tapu, lo prohibido; el territorio era tapu para quienes no estuvieran asociados a él directamente, lo que afectaba tanto a seres vivos como a espíritus. Las personas con poder (mana) podían afectar tanto a otras personas como a elementos inanimados, los que a su vez se convertían en tapu.

Rapa Nui, isla chilena ubicada en la Polinesia en medio del océano Pacífico, tiene una superficie de 163,6 kilómetros cuadrados y  cerca de cuatro mil habitantes concentrados principalmente en Hanga Roa, capital y único poblado existente. 

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Los kawésqar, kawéskar, kawashkar, alacalufes o alakalufes, nombre posiblemente derivado del apodo peyorativo en yagán: halakwulup o halakwoolip, comedores de mejillones, cuya difusión se atribuye al navegante inglés Roberto Fitz Roy, son indígenas, nómades canoeros que recorrían los canales de la Patagonia chilena, entre el golfo de Penas y el estrecho de Magallanes; también se desplazaban por los canales que forman las islas que se encuentran quedan al oeste de la Isla Grande de Tierra del Fuego y al sur del estrecho.

Su idioma es el kawésqar, nombre con el que ellos se autodenominan. En su idioma, esta palabra significa "persona" o "ser humano". El nombre alacalufe puede haber tenido una intención despectiva y ellos no lo usan.

Su población bordea las tres mil personas, su idioma es el kawésqar, su religión animista y las etnias relacionadas yámana y chonos.

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