miércoles, 28 de diciembre de 2011

Mensaje de Navidad

No existe otra fiesta religiosa más universal que la Navidad. Crea una atmósfera de paz.  Los beligerantes hacen a veces una tregua, las familias se encuentran o felicitan, hay luces de colores, árboles hermosamente adornados, se cantan villancicos y muchos van ese día a la Iglesia. No es posible entender estas fiestas sin algún signo de religiosidad.

La Navidad es Dios-con-nosotros en Jesús. El que lo cree es cristiano nominal, y si organiza su vida según esta fe es un cristiano real. Quizá algunos celebran algo sin saber en realidad lo que celebran, pero la Navidad es creer firmemente que Dios se ha decidido eficazmente por la causa de todo el género humano y lo demuestra con un hecho admirable ante el que nadie puede ser indiferente. San Pablo lo entiende como una renuncia a la vida sin religión para vivir según Dios. Esta vida en la fe impone renuncias a todo lo viejo, inútil y corrompido, y exige llenarse de lo nuevo para dar la medida del hombre total y pleno en Dios.

Buscar, ponerse en marcha como los pastores, encontrar y adorar. “Desde que descubrí que Dios existe, comprendí que la vida no tiene sentido si no se vive para él” (Carlos de Foucauld). Los pastores oyen una consigna y reciben unos signos para identificar al recién nacido. La consigna es la gloria a Dios y la paz para los hombres. Sin este mensaje no se puede celebrar la Navidad. Las dos dimensiones del mensaje van en realidad por el mismo camino. Sin gloria a Dios no puede haber paz larga y verdadera; y la paz es la mayor gloria de Dios.

Desde la francesa, todas las revoluciones han asumido este triple lema: “libertad, igualdad, fraternidad”, para mejorar las condiciones de vida y las relaciones entre los hombres. Pero si Dios no está allí, todo se queda en puro humanismo, lucha de intereses que conducen a resultados opuestos a lo idealizado: ni igualdad, ni libertad, ni fraternidad. Sólo egoísmo en lucha según la ley del más fuerte.

Los signos para identificar al Salvador recién nacido son:

Un niño: la trascendencia de Dios toma cuerpo y manos, se hace cercanía e indigencia. Cualquier otra imagen de un Dios terrible queda refutada por la realidad del Niño de Belén. A Dios se le puede encontrar en la vida, en las promesas de futuro, en la necesidad.

En un pesebre: no es miseria inevitable ni carencia odiada; es pobreza voluntaria que enriquece, un signo de un orden nuevo de valores donde la persona está en primer lugar y es lo primero que hay que promocionar y salvar. Desde la Encarnación ya no se puede definir al hombre sólo como homo sapiens ni homo consumens, sino ante todo como homo divinus, un ser promocionado que entra en la familia de Dios. Esa promoción es inicialmente la misma para todos, establece una fraternidad universal de la que Jesús es el primogénito y trae a todos la libertad que da el ser hijos de Dios.

Renunciar a los deseos mundanos y llevar una vida según Dios es ver la vida y sus cosas desde este sobrenaturalismo en que nos sitúa el misterio de Belén.

Los pastores fueron, vieron, y se admiraban. Nuestra sociedad mecanizada ha aprendido a calcular pero está perdiendo la capacidad admirarse. De vez en cuando es necesario un esfuerzo para penetrar las maravillas de Dios y dejarse penetrar de admiración. ¿Cómo podemos admirar un hecho tan lejano, en el que creemos y tantas veces hemos celebrado? No vemos ángeles por los aires ni oímos su música; nos entusiasmamos fácilmente ante las obras de los hombres mientras crece el escepticismo ante las maravillas de Dios, pero admirar es un primer paso necesario para entrar en la comprensión de sus misterios.

La gloria de Dios y la paz a los hombres no se anuncia hoy sobre los campos de Belén sino en nuestra comunidad eucarística y en la Iglesia entera, la que formamos todos los bautizados. Que es a la vez la nueva cuidad del rey David. Los pastores de entonces somos hoy nosotros. El Niño de Belén se hace presente entre nosotros pidiendo un acto de fe para reconocerle anonadado y débil en el altar. Nos pide oír y crecer, reconocer y admirar, postrarnos y adorar.

A nuestra espalda quedan horas de fracasos profesionales, familiares, noches oscuras de nuestra fe. Pero también momentos de esplendor y de dicha, que han iluminado nuestros caminos y nuestras familias. Esta celebración de la Navidad en la fe no se parece en nada a las propagandas que invitan a “visitar sin compromiso”. La celebración eucarística de la Navidad nos compromete. Dios inicia su andadura

Exigiendo el acompañamiento de nuestra propia marcha con él por los campos de la vida, cantando su gloria hasta el día de la Resurrección.

Y, como dijo un autor, Navidad pueden ser todos los días del año cuando un hombre se dirige a otro y lo llama hermano.

En este sentido deseo a todos una feliz, hermosa y fecunda Navidad.

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