lunes, 28 de noviembre de 2011

Creación de una Conciencia Global

Afrontaré el problema ambiental desde una óptica más bien poética, la nueva mirada de la que tanto se habla. La perspectiva ecosistémica y la visión poética se ven más bien por la voluntad integradora y vinculante que las anima. El poeta y el ambientalista saben o presienten que, tanto para la vida del espíritu como para la naturaleza, todo desarrollo hipertrófico y unilateral de una parte acaba tocando negativamente el desarrollo de las otras partes y de la propia totalidad; incluso más: zanjar un asunto parcial sin atender al todo, casi siempre implica generar nuevos problemas, los que a su vez crean otros círculos viciosos.



Para que el desarrollo de una parte sea sustentable, deberá no sólo ser compatible con el desarrollo de las demás partes, sino contribuir de hecho a crear condiciones para que ello ocurra.


Lamentablemente, hoy asistimos a ciertos crecimientos “exitosos” de algunos países, o esferas de producción, que conllevan daños irreparables para el entorno, lo que a la vez significa más pobreza y menos calidad de vida. Informes especializados revelan que, mientras la población crece día a día, los bosques y la superficie cultivable se reducen en proporción inversa.

La poesía y literatura vienen percibiendo o intuyendo esta dificultad desde hace mucho tiempo; pero quizás no han sido escuchadas precisamente por expresarse en un lenguaje diferente. Allí donde los especialistas hablan, correctamente, por lo demás, de “desertificación”, la poesía nos alerta respecto a un jinete galopante, que amenaza arrasar los campos; allí donde las voces autorizadas advierten sobre la “escasez de recursos hídricos, potables y no potables”, un poeta hablaría directamente del envenenamiento del agua, de esa misma agua que beben los humanos, los animales, los árboles y la tierra toda.

Sin embargo, más allá de estos matices semánticos, una misma inquietud y un mismo temor nos hermanan y nos obligan moralmente a mancomunar nuestros esfuerzos en pro de una conciencia ambientalista transversal, capaz de trascender las naturales diferencias ideológicas, culturales, religiosas y aun económicas.

Porque hay que decirlo de una vez: cuando la avidez nubla la mente de los humanos, sus acciones resultan casi necesariamente depredadoras y dañinas para sus congéneres y hasta para sí mismos.

En cada uno de nosotros habita un depredador potencial, el cazador al acecho de presas indefensas. Esa presa puede ser un animal o una planta, pero también un niño, un marginado, un representante de alguna minoría. La poesía, la literatura y el arte nos recuerdan que, sin embargo, todos llevamos dentro un niño, un marginal, un minoritario. Y si el cuidado del ambiente comienza por el cuidado en las relaciones personales, el vínculo con los otros depende de cuán tolerantes y solidarios seamos con nosotros mismos. Tolerar los aspectos ingratos o menos “exitosos” de nosotros mismos nos abre una puerta hacia la comprensión del otro, puesto que, en esta existencia inarmónica que cargamos, cada uno es también otro para sí mismo.

En consecuencia, la tarea que tenemos por delante convoca no sólo a ambientalistas y poetas. La creación de una conciencia global requiere también una participación global. Sin perjuicio de ello, creo que hay ciertos agentes particularmente relevantes en la modificación de las conciencias. Uno de ellos es la educación, déjenme hacer un paréntesis aquí.

En el mundo el 2004 se gastaron en armas de guerra una porrada de millones de dólares, tan solo una rebaja del 1% en este gasto sería suficiente para sentar frente a un pizarrón a todos los niños del mundo. Lo criminal es que con el 0,5% del gasto en armamentos se podría resolver el problema alimentario de todo el mundo. El mejor método para evitar los gastos en armas es la integración y unión de las naciones. Hace 60 años el francés y el alemán que combatían en las trincheras, uno contra otro habrían considerado una utopía imaginar que sus nietos tendrían pasaportes comunes y que vivirían y trabajarían en una Europa sin fronteras.

Vuelvo a mi idea previa al paréntesis, decía que hay ciertos agentes particularmente relevantes en la modificación de las conciencias. Uno de ellos es la educación, en todas y cada una de sus formas y niveles (y esto incluye capacitación y difusión para distintas cohortes etarias. Los habitantes actuales y futuros serán tanto mejores ciudadanos cuanto más interiorizados tengan el respeto a la diversidad (humana, animal y vegetal), los hábitos de cooperación y la voluntad de entendimiento mutuo.

Modernizar la educación tiene que ver precisamente con fomentar de modo decidido tales actitudes, no habrá modernidad ni posmodernidad para nadie mientras no aprendamos a vernos, tolerarnos, a querernos y a protegernos recíprocamente. Cuando un niño aprende, por ejemplo, el origen del papel, también comprende que derrocharlo equivale a tumbar un árbol, árbol que además está vivo y nos da vida; cuando entendemos que el agua que bebemos hoy puede faltarnos mañana, entonces no dejamos abierta la llave del lavamanos o del lavaplatos mientras aseamos los dientes o limpiamos un plato. La educación tiene, pues, una misión irrenunciable, y precisamente comienza a cumplirla ocupándose de esas pequeñas enseñanzas.

Líderes de todo estilo, medios de comunicación masiva, y la familia, por supuesto, deberán promover desde la infancia más temprana las nuevas actitudes.

Nosotros, de militancia comprometida con la vida en la Tierra, nosotros, representantes de la especie humana que sabe que la vida es una red compleja de interdependencias dinámicas, y que nuestra responsabilidad ética como seres humanos es ayudar a mantener las condiciones que hacen posible la vida; nosotros, los que compartimos la convicción de que la sostenibilidad del planeta depende del respeto a las particularidades de los procesos locales, la valoración de las diferencias, la posibilidad efectiva de ejercer el derecho a la provincia aunque con visión planetaria; nosotros que sentimos que la amenaza de la pobreza, del sufrimiento y de la violencia nos interpela a todos por igual; nosotros que creemos que la voluntad de preservar el ambiente nos transforma a todos en aliados naturales; nosotros entendemos que no hay enemigos por vencer sino amigos por convencer.

Tal vez pueda parecer simplista, tal vez pueda decirse que no se ofrecen los medios como hacerlo.

¿Por qué no inventar medios? Los invito compartir el secreto de un buen viajero, que no es cambiar siempre de paisaje sino poder cambiar siempre la forma de ver.

Pues eso es lo que han hecho estos proyectos, estas 62 buenas ideas, han cambiado la forma de ver lo que allí estaba. Agradezcamos a todos ellos con un gran aplauso.

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